(DE)FORMAS Y CONTENIDOS
“Si es cierto que la técnica, como usted dice, depende en parte considerable del estado de la ciencia, aún más depende ésta del estado y las necesidades de la técnica. El hecho de que la sociedad sienta una necesidad técnica, estimula más a la ciencia que diez universidades” Friedrich Engels
La Universidad, como se concibe actualmente, surge y se desarrolla en el seno de una sociedad dividida en clases, específicamente toma la forma del sistema social capitalista. En ese marco, en tanto institución estatal, se erige como un dispositivo superestructural tendiente a la producción y reproducción de las relaciones sociales vigentes.
Por un lado: produce mano de obra calificada, esto es: produce una de las mercancías más relevantes en el proceso de producción y reproducción capitalista: una fuerza de trabajo “especial” que luego se compra y se vende en un espacio simbólico, el “mercado”, donde aquélla se encuentra subordinada a las conocidas leyes de éste: oferta y demanda. A su vez, esta producción de mano de obra calificada, al mismo tiempo, “califica” el mercado laboral.
Este proceso no es invariable. Por virtud del natural desarrollo de la estructura del sistema, las fuerzas productivas (la “capacidad” de los trabajadores, la tecnología) se hallan en constante evolución. Para afrontar la exigencia de adaptación al sistema productivo, también la universidad va modificando la mercancía que produce. Produce cuadros políticos, técnicos, operadores. Fortalece ciertas disciplinas, degrada otra. Depende de las necesidades y de la correlación de fuerzas existente para poder llevarlo adelante. Este fenómeno, que puede presentarse más o menos visible, lento y profundo, trastoca la direccionalidad de la Universidad y de la ciencia, su contenido y sus fines .
Por el otro: produce conocimiento, que, por lo menos hoy, es claramente una mercancía más que, consecuentemente, se vende y se compra en el mercado. A su vez, las exigencias de éste, condicionan el contenido del conocimiento que se produce en la Universidad. Esta producción se constituye en un elemento fundamental en la producción social (material e inmaterial, económica y simbólica). Luego, el conocimiento producido en la Universidad se transforma en “verdad”, en conocimiento legitimado, considerado socialmente como verdadero .
Finalmente, y no por ello menos importante, la Universidad procura formar intelectuales orgánicos o cómplices de la clase dominante , para que compartan, legitimen y reproduzcan sus intereses y valores, constituyendo un engranaje de la cadena de refuerzo y desarrollo de la base ideológica y cultural hegemónica capitalista .
Estos procesos no se desarrollan aisladamente, sino que se cruzan, contradicen y complementan. Y antes que detenernos aquí a dilucidar si existe “una” función principal de la Universidad, y si esa función es la económica (estructura) o la cultural-ideológica (superestructura), afirmamos que es un fenómeno que se desenvuelve dialécticamente.
Nos interesa pensar en cómo combatir esta “realidad” que se presenta como pertinaz y pareciera ser lineal. Lo primero es comprender que no lo es. Más bien la realidad es contradictoria.
Si bien entendemos a la Universidad en general como un ámbito donde se produce y reproduce la hegemonía de las clases dominantes, también consideramos que en ella existe la posibilidad de contrarrestar esta hegemonía. Es evidente que las relaciones sociales de dominación tienen su expresión en aquélla, pero no como un mero apéndice del Estado (y la clase a la que representa) sino como un escenario de luchas donde no necesariamente existe una correlación de fuerzas ni una hegemonía que sea un “reflejo” de la que existe en otros ámbitos de la lucha de clases . Es un espacio de disputa, que nos interpela a asumir responsabilidades y tareas.
Porque la Universidad es un ámbito que en tanto aporta a la construcción de conocimiento y a la formación de compañeros/as que mayormente son y serán trabajadores/ as, presenta un enorme campo de disputa en la orientación y el para qué de ese conocimiento y formación; entendiendo como partes de una misma lucha tanto la “forma” (gratuidad, condiciones edilicias, presupuestarias, etc.) como el “contenido”: el para qué y con qué objetivos nos formamos en la Universidad. Las contradicciones del sistema productivo y la lucha de clases generan grietas en ese rol/papel/función que el sistema capitalista le otorga a la Universidad . Así como el capitalismo genera al sujeto de su destrucción (los obreros) y genera las crisis que posibilitan las condiciones para ello, también la Universidad genera a los sujetos y las circunstancias para su transformación. Entre ambos (sujetos y situaciones) media una dialéctica compleja, que nos exime de cualquier proposición lineal o determinista.
PARTICIPAR PARA CONSTRUIR. CONSTRUIR PARA TRANSFORMAR.
En La República del silencio, Sartre decía que un “colaborador” es aquel que sostenía y reproducía que la ocupación nazi de Francia, durante la segunda guerra mundial, era una situación natural, que no podía cambiar, que “las cosas son así” .
Las “cosas”, no necesariamente, “tienen que ser así”. El sistema social en el que vivimos no es eterno, divino, sagrado, ni mucho menos. El capitalismo no siempre existió, ni necesariamente tiene que seguir existiendo. Es un sistema social histórico (como el antiguo, el esclavista, el feudal), y es el resultado de la lucha de clases.
Tampoco la Universidad ha sido siempre lo que es hoy. Al concebirla históricamente, observamos que ha ido mutando en el tiempo, que se ha “reformado”.
Y no somos ni queremos ser “colaboradores”. Queremos transformar la sociedad y la Universidad. Somos conscientes de que podemos aportar mucho a esa transformación.
Tenemos la firme convicción de que tamaña empresa no puede llevarse a cabo sin organización y por ello, luego de tomar conciencia de la realidad, la primera tarea es organizarnos y construir una identidad a partir de un proyecto político que oriente y guíe nuestra militancia.
Conocemos muchas experiencias de docentes, graduados y estudiantes, que tratan de no reproducir el orden establecido, que cuestionan la sociedad en la que vivimos y la universidad que tenemos, que dan la batalla desde su lugar. Esas experiencias no dejan de ser valiosas; pero se vuelve imprescindible comprender la necesidad de romper con la individualidad. El individualismo, más allá de las posiciones políticas, es un elemento funcional a la reproducción del sistema, y ha calado muy hondo en la sociedad y, como no podía ser de otro modo, en la Universidad. Si no hay ámbito de organización que nos permita desarrollar nuestras potencialidades, toda iniciativa desaparece en su estado embrionario al no adquirir carácter colectivo. Nace la frustración como fuerza desmovilizadora.
“La puesta en pie de organizaciones que articulen en un todo la acción política pero también la investigación teórica, la deliberación democrática y la acción decidida y crítica, y la coordinación con otros sectores en lucha mientras revolucionan las estructuras y se transforman a sí mismas, es el primer paso en la construcción de una estrategia anticapitalista para la Universidad” .
Aktivista, un colectivo de trabajadoras y trabajadores universitarios, ha dado el primer paso; y surge entonces de la conciencia, de una imposición de la realidad, de la necesidad de construir una nueva “trinchera”, y a partir de allí impulsar diversas políticas que encierren en su seno la incentivación a la participación política, a la organización, a la toma de posicionamiento crítico ante la realidad que nos atraviesa, trastocando creativamente la lógica de pasividad y delegación que caracteriza a la vida universitaria y a la vida social en general; que rompa con esa fuerte herencia de fatalismo y resignación traducidos en “las cosas son así” y que problematice el rol socialmente asignado a las profesiones y a los profesionales. Que cuestione el orden establecido y que conciba como horizonte la transformación radical de las (podridas) estructuras en que se asienta el inhumano y miserable sistema en el que nos toca vivir.
En todo momento y lugar, pero sobre todo en un escenario de crisis orgánica del capitalismo y la consecuente profundización de las miserias materiales y humanas resultante de sus contradicciones, todos aquellos sujetos y sectores de la universidad que pensamos que una sociedad diferente es posible, nos vemos interpelados a formar parte de un desafío de magnitud: ser parte activa del conflicto social y constituirnos como un actor destacado en la lucha política nacional.
Por ello, parte del proyecto de Aktivista está vinculado a la inserción en la Universidad y a poder constituirnos como una alternativa política que aglutine docentes y graduados. Asimismo, compartimos el mismo proyecto de Universidad con los compañeros y compañeras de la Corriente de Agrupaciones Universitarias contra la Explotación (CAUCE).
Entendemos que actualmente no existe un debate teórico/político global dentro del ámbito universitario, salvo algunas excepciones; como así tampoco existe la construcción de un conocimiento crítico y totalizador que pueda aportar al análisis de la realidad social en la que vivimos y en definitiva a su transformación. En ese sentido, se torna indispensable construir una propuesta caracterizada por un trabajo serio, a largo plazo y que no tenga como única ambición el triunfo electoral; aglutinando sujetos con capacidad de mirar a las distintas disciplinas científicas críticamente, de manera integral y no aislada ; que cuestionen y reformulen el rol del profesional.
“Porque la Universidad no debería ser una caja de resonancia donde durante años se escuchan las mismas teorías y los mismos análisis. Creemos que es imprescindible constituir un espacio democrático, plural y crítico, que dispute en la lucha por la construcción del conocimiento y que también dispute espacios de poder, con el objetivo de profundizar nuestra lucha por una Universidad y una sociedad distintas” .
Al reconocer a la Universidad en el complejo de relaciones sociales, advertimos como una exigencia aunar lazos y vincularnos con todas aquellas organizaciones o experiencias de lucha que plantean y construyen la independencia política de la clase trabajadora. Esta vinculación puede construirse aquí y ahora, primero con los docentes, no docentes, graduados y estudiantes con quienes podemos discutir, nutrir y consolidar un mismo proyecto de universidad, asumiéndonos como trabajadores y trabajadoras, y buscando la unidad con los sectores en lucha junto con los cuales debemos encontrar nuestro lugar, nuestro puesto de combate, que permita vincularnos e impulsar una fuerza social que construya la hegemonía del proletariado sobre la base de un proyecto político superador que ofrezca una salida favorable al campo popular. Comenzar a construir la posibilidad de esos cambios, abriendo espacios, brechas, cuestionando, comenzando la transformación real, se torna necesario.
No empezamos de cero. Parte de la universidad que queremos ya se encuentra en su seno, disputando formas y contenidos, disputando su dirección. Apostamos a la profundización de esta lucha. Nos sumamos a los que ya están en la “trinchera” y esperamos que se sumen muchos más.
DE CLAUSTROS Y CLAUSTROFOBIAS. MUCHOS MITOS, EXISTEN ACÁ…
“Al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie llama violento al lecho que lo oprime”
Bertolt Brecht
El régimen de gobierno de la Universidad se asienta sobre la base de claustros. Esto es: sectores bien definidos en los cuales se encuentran comprendidos y contenidos los distintos sujetos de la comunidad universitaria, en función del lugar que ocupan en el complejo de producción y reproducción que se desarrolla en el seno de las Casas de Estudio.
Desde la Reforma del `18 las Universidades han sido “co-gobernadas” por profesores, graduados y docentes. Recientemente han sido incorporados en algunas universidades, con un sentido estrictamente testimonial, los no-docentes.
A simple vista, uno podría decir que esta estructura de gobierno se corresponde más con sociedades pretéritas como la feudal .
Lo cierto es que la estructura formal de gobierno universitaria está muy lejos del modelo de “democracia representativa”, el traje que mejor le queda al sistema capitalista mundial desde la Revolución Francesa hasta la actualidad. Una democracia que comenzó siendo “calificada” y a partir de la segunda mitad del siglo XX se consolidó como “de masas”.
“Nuestro régimen universitario —aún el más reciente— es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La federación universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático”. Lo escribieron estudiantes hace 90 años. Hasta los rectores y decanos más recalcitrantes reivindican este hecho histórico. Sin embargo, las cosas no han cambiado demasiado.
La hipótesis que sostenemos es que, por un lado, la conservación de este régimen se debe al resultado de la correlación de fuerzas en el seno de la Universidad. Esto quiere decir que el sector hegemónico-conservador mantiene hasta hoy una buena cuota de poder; y los sectores que vienen luchando por una Universidad democrática y popular desde hace más de 90 años, no han logrado imponer y profundizar sus reivindicaciones, más allá de algunos saltos cualitativos que no se sostuvieron en el tiempo .
Por otro lado, y a diferencia de lo que ocurre a nivel global, donde predomina la democracia formal, el sistema meritocrático es el más conveniente a los sectores universitarios dominantes (y, en consecuencia, a la clase dominante de la sociedad). Se ven imposibilitados, por los fuertes intereses a los que representan, de, por lo menos, “lavarle la cara” a esta estructura podrida. Es ingenuo esperar de su parte, un cambio voluntario en este sentido, lo que significaría su autodestrucción.
Luego, esta forma perversa se traslada a la estructura de las cátedras ; donde el mérito se convierte en mayores derechos.
Aquellos graduados que durante su paso por la carrera no acumularon suficientes “influencias” entre los que tienen el poder dentro de cada disciplina, difícilmente puedan insertarse en la universidad. Esto implica que para aquellos que no comulgan con la ideología y forma de pensar/hacer de la “gestión” los lugares de la universidad le están vedados: el otorgamiento de becas de investigación y concursos está manipulado. De la misma manera, si no pudieron pagarse posgrados quedarán exentos de aspirar a un cargo en la facultad: a la hora de evaluar en un concurso pesan, casi de manera unilateral el título de post grado obtenido, la cantidad de publicaciones y asistencia a congresos como ponentes).
El principio de un hombre/una mujer/un voto, que rige en todos los órdenes de la vida nacional no rigen para la Universidad, donde el voto de un profesor titular vale 37 veces más que el de un estudiante. Esta ponderación es un obstáculo para la unificación de los diferentes sectores de la Universidad, porque alimenta criterios corporativos en la toma de decisiones; estimulando la delegación, elitizando la toma de decisiones, que con una apariencia académica encubre una esencia definidamente política. Así se logra escindir lo ideológico y lo académico como si fueran cosas separadas.
En efecto, el titular diseña los programas de estudio: los súbditos obedecen. El titular es el jurado en la elección de los docentes “auxiliares”: estos, para sobrevivir, se tornan condescendientes. La “libertad de cátedra” es, entonces, la libertad de los titulares, quienes, en muchos casos, conforman la corporación que constituye el dique de contención al proyecto de Universidad popular que buscamos.
Se puede hacer un manual de situaciones de opresión y autoritarismo derivados de este régimen.
Sin embargo, nuevamente sostenemos que la realidad es contradictoria, y que el poder no es una cosa, son relaciones. La lucha por generar relaciones de fuerza que nos permitan contrarrestar la hegemonía dominante está abierta, y tenemos grandes perspectivas.
La disputa de la dirección ideológica y política de la universidad a los sectores que la dirigen para que sea un apéndice del capital y no un centro productor y distribuidor de conocimiento al servicio de la clase trabajadora y la liberación social, es el desafío que proponemos y llevamos adelante, constituyéndonos como una fuerza crítica y creadora en el proceso de producción de conocimiento, buscando organizar la voluntad colectiva de manera horizontal, que convierta el conflicto en lucha y se exprese en múltiples formas, y que dé la batalla contra el corporativismo político de la Universidad.
Los sectores universitarios que protagonizaron la Reforma Universitaria de 1918, los que atravesaron la “Noche de los bastones largos” en 1966 e impulsaron el “Cordobazo” en 1969, los desaparecidos durante la última dictadura militar, comprendieron la necesidad de intervenir políticamente para defender el proyecto político que levantaba en ese momento un sector mayoritario del movimiento universitario, el de la transformación social.
Aquellos estudiantes y docentes dieron el salto cualitativo al sacrificar lo individual en pos del trabajo colectivo, de logros colectivos. Comprendieron que cada batalla librada por los trabajadores con sus organizaciones de base en pos de una transformación social, debía ser una directiva inmediata para la reflexión, la organización y la acción en defensa de los intereses de esa clase (de la que muchos estudiantes provenían, que componían junto a docentes y graduados). Nos reconocemos como continuadores de esas experiencias.
UNA VEZ QUE SE ES CONSCIENTE, NO HAY TIEMPO QUE PERDER
El fundamento principal de la división en claustros, como bien lo observó el movimiento universitario en 1918, se sustenta en un derecho divino de quienes detentan el “conocimiento”: los profesores (en rigor de verdad, sólo unos pocos profesores –menos del 10%-); luego quienes son puestos en la función de “rueda de auxilio” de aquéllos: los graduados (la mayoría de los cuales son docentes a quienes se los margina de la representación, discusión y dirección en el claustro de profesores); le siguen quienes son sólo alumnos –sin “luz”- y a quienes se les otorga un rol pasivo en la producción de conocimiento: los estudiantes; y finalmente, como furgón de cola, los demás trabajadores: los no-docentes, a quienes se considera incapacitados para discutir y decidir en las problemáticas que se suceden en su lugar de trabajo: la Universidad.
Esta división oculta la lucha de clases y los distintos proyectos políticos que existen al interior de la Universidad. Al mismo tiempo, dicha escisión jerárquica es funcional a las camarillas que conforman algunos docentes por sobre otros, docentes unidos por sus intereses y que excluyen al resto de los pares de su “pacto corporativo”, es causa de la opresión (“académica” y “política”) que sufren la gran mayoría de los trabajadores docentes; aborta la democracia interna que tiene que imperar en el seno del colectivo universitario; alimenta el individualismo y el carrerismo; acalla voces disidentes y asfixia la unidad fundada en un proyecto político y no en el sectorialismo.
Si bien impulsamos una batalla cultural y política en todos los ámbitos de la Universidad, y pensamos que el problema pasa por “el “todo” y no sólo por los canales formales de decisión, entendemos que la abolición de los claustros y la deliberación conjunta en espacios democráticos puede tender a la dinamización y democratización de los espacios de disputa política, hoy prácticamente fosilizados, a la eliminación de privilegios y es un terreno más favorable para que los universitarios profundicemos un proceso de participación y discusión en el que pongamos en debate el rol de la Universidad en el marco de la sociedad de clases, y sobre todo para incidir en la transformación de la universidad y de la sociedad.
Una Universidad popular, científica y crítica sólo puede sostenerse rompiendo con cualquier pretensión de neutralidad de la ciencia (neutralidad en el método de abordaje de la realidad y en la producción concreta que resulta de ella). La “ciencia” es una construcción humana y como tal está determinada por personas que tienen intereses y posiciones políticas. Es una construcción esencialmente política.
De modo que el núcleo de la disputa tienen que ser los proyectos políticos, y no las mezquindades sectoriales. Las diferencias no pasan por si somos docentes o estudiantes; eso empantana la discusión política y es el terreno al que pretenden llevarnos las camarillas.
Nuestro proyecto político es una educación que rompa con el modelo tradicional que plantea la relación educativa en tanto dominación del educador por sobre el educando a través del control del conocimiento.
Nuestro proyecto político es la organización y la acción, torcer la relación de fuerzas existente y convertirlo en hegemonía.
Nuestro proyecto político es demoler las actuales estructuras podridas y construir una Universidad popular: un edificio nuevo en el que se genere un conocimiento colectivo al servicio de los intereses y necesidades de la clase trabajadora; en el que no se “produzca” mano de obra calificada al servicio del mercado, sino preparación intelectual para suministrar a la fuerza social y política encargada de cumplir el papel histórico de enterrar al capitalismo.
Aktivista
Colectivo de Trabajo Universitario
La Ciega- Colectivo de Abogados Populares – Graduados de Humanidades – Graduados de Periodismo y Comunicación Social
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