Circuito Camps: la increíble historia de Ana, su hermana y la crianza de sus abuelas

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Se realizó el martes 10 de Abril la 29° audiencia del juicio que se lleva a cabo contra 25 represores que formaron parte del conocido “Circuito Camps”, una red de centros clandestinos adonde los presos eran sistemáticamente trasladados y torturados. Ana Laura Mercader relató cómo vivió desde los 2 años con su hermana menor, cuando secuestraron a sus padres. Primero se observó y escuchó el testimonio por videoconferencia de un ex detenido desaparecido: Jorge Rolando. Luego María Teresa Garín relató el secuestro y el asesinato de su hermano, su hermana y su cuñado, y un presunto bebé que nunca apareció. El testimonio fuerte de la tarde fue el de Ana Laura Mercader, hija de desaparecidos, que relató tensa pero claramente el secuestro de sus padres, y la búsqueda y crianza de sus abuelas. Por último Mirta Gonzalez relató la detención de su hermana y cuñado, y sus complicaciones
psicológicas a raíz de la ausencia. La audiencia comenzó con una videoconferencia en contacto con el Tribunal Oral Federal de Usuahía, desde aquella provincia se escuchó el testimonio en vivo de Jorge Alberto Rolando, que reside allí hace 20 años. Rolando relató detalles y generalidades de sus 45 días de cautiverio por el “microcircuito” que todo el juicio ha demostrado: el traslado de detenidos en la Brigada de Investigaciones de La Plata (BILP), el Pozo de Arana (el “infierno” según varios testimonios), y finalmente la Comisaría Quinta. Este mismo fue el trayecto que recorrió Rolando luego de ser detenido aquel sábado 18 de Diciembre de 1976. “Iba en bicicleta por calles 54 y 22 de La Plata, y cuando la apoyo en el cordón, se acerca un Torino negro y de allí se bajan 4 personas de manera muy violenta, y me meten al auto”, relató. El hombre trabajaba en aquel momento de cobranza de una empresa editorial. Fue llevado tabicado de ojos y atado de manos a la BILP, y allí fue interrogado a los golpes sobre su supuesta participación política: “no tenía ninguna”, afirmaba Rolando frente a las cámaras del Tribunal. Luego escuchó que otras dos personas habían sido detenidas en la misma zona, en bicicleta y que tenían barba como él, así que sospecha que estaban buscando a otra persona, y por error, se lo llevaron a él. A la hora fue trasladado al Pozo de Arana: “un lugar donde se escuchaban los animales y cada tanto se oía el paso de un tren”, recordó. Al tercer día hubo un hecho que endureció la estadía allí: un hombre yacía inconciente por la tortura y parecía muerto, pero un día se recuperó, le pegó un botelllazo a un guardia y se escapó con su arma; luego de una fuerte balacera, supusieron que lo habían matado. A partir de esto se endureció la manera en que eran atados de manos en la espalda, tabicados en los ojos fuertemente, los llevaron a un calabozo de 1 X 3 metros con Federico Bachini y Guillermo Arequistán y seis personas más durante dos días sin tomar nada, ni comer, ni ir al baño. En el Pozo de Arana vio a Mónica Santucho, la nena de 12 años, y observó que “varias veces la llevaban a la sala de tortura”. “Supe de gente que murió en la tortura”. Fue trasladado a la Comisaría Quinta el último día de diciembre del 2012. Los metieron en una celda más grande pero con un “calor sofocante, debería hacer 50 grados”, describió que “todas las paredes estaban mojadas y se hacían charcos en el piso, por la transpiración”, además había “un olor nauseabundo”, una puerta de chapa y una cruz pequeña. Eran 26 personas que de a poco se iban presentando y conociendo. Relató que una mañana comenzaron a golpear todos juntos la puerta, desesperados, hasta que los dejaron ir a ducharse en grupo. Los interrogatorios con tortura de la Comisaría Quinta se realizaban en la pieza más cercana a la vereda de la Diagonal 74.“Desde la parrilla, que era una cama dada vuelta donde en los pies de la misma eran atados las extremidades de la víctima, se observaba la gente caminando por la vereda”. También relató que cuando picaneaban ponían la radio a todo volumen, por eso “teníamos noción del tiempo y algunas cosas que pasaban, sobretodo fútbol”. Además de la picana eléctrica, les realizaban el “submarino”, en el cual les metían la cabeza en agua largamente hasta el último segundo de vida, y el “teléfono”, es decir, golpes en ambos oídos a la vez, con las manos ahuecadas, y también muchos golpes de distintas maneras. A Rolando nunca lo torturaron, sí lo han atado a la “parrilla” para hacer un simulacro de tortura, y le han realizado interrogatorios extensísimos donde sabían particularidades de su vida, que hasta llegaba a ser ridículo. El 3 de Febrero de 1977 lo llevan a dar unas cuantas vueltas en un auto, y lo liberan en calle 16 entre 50 y 51, allí abrió los ojos y llegó a ver cómo se alejaba un auto marca Opel de color celeste casi gris. Ante las preguntas de las querellas explicó que en Arana las guardias consitían en tres: “una tranquila”, una intermedia, y otra “terriblemente sádica”, estos eran “la patota”; las guardias cambiaban cada 24 horas. Recordó que uno de sus captores aquel día de Diciembre, y que despúes siguió viendo en Arana y en la Comisaría era un tipo robusto, de poca frente, que le decían “el santiagueño”. “En otro momento recordaba bien las caras de quienes me secuestraron, pero pasaron tantos años que ya no”; y añadió: “durante los testimonios que di en la década del 80, me mostraban las fichas de policías con fotos, pero eran sacadas cuando recién ingresaban en la Fuerza, es decir a los 18, 20 años, y cuando a mi me secuestraron tenían alrededor de 50 o 60. Asesinaron a su hermano, su hermana, su cuñado y nunca se supó qué sucedió con un embarazo “En mi familia hay tres personas que fueron desaparecidas y hay un presunto bebé robado”, comenzó relatando María Teresa Garín. Su hermana, María Angélica Garín fue asesinada y finalmente restaurados sus restos de una fosa clandestina en el cementerio de Avellaneda, en 1990. En Avellaneda había 19 fosas clandestinas y más de 300 cuerpos mayormente de jóvenes con balazos en el cráneo. En el cuerpo de ella se notaba que había estado embarazada, pero sin embargo “nunca supimos si tuvo el hijo o no”. María Angélica era médica pediatra, y trabajaba en el Hospital San Ramón de Quilmes de donde fue secuestrada en un importantísimo operativo donde rodearon todo el hospital y cortaron la calle, “solamente para llevarse a mi hermana”. Una hora despúes, en La Plata, su marido Ruben Mario de Angeli, cardiólogo, también fue llevado y torturado. Mismo destino para María Angélica que estuvo en Bilp, en Arana, en Comisaría Quinta, y en Pozo de Banfield, lugares que compartió con Adriana Calvo y fue ella quien le dio esta información a María Teresa Garín, que ahora esta testimoniando en el juicio, por su hermana, cuñado y su hermano Arturo Martín Garín. Su hermano Arturo fue detenido tiempo antes, en el año 76, trabajaba en una propulsora siderúrgica de Techint en Ensenada, y era “activo en el gremio”, según cuenta su única hermana que sobrevivió a los años de plomo, “estuvo en un conflicto contra la patronal y la burocracia sindical”, y agregó que “creo que toda la comisión interna de delegados está desaparecida”. Arturo, según le relataron, estuvo detenido en “El pozo de Azopardo”, relató María. El Centro de detención, tortura y exterminio “Garage Azopardo” funcionó en la ciudad de Buenos Aires, en la manzana delimitada por Azopardo, Chile, Ingeniero Huergo y México entre octubre de 1976 y enero de 1977 en dependencias de la Policía Federal. Formó parte del circuito represivo Azopardo-Atlético-Banco-Vesubio-Olimpo, bajo la órbita de Primer Cuerpo de Ejército. Allí funcionaba el servicio de Mantenimiento de Automotores de la Superintendencia de Seguridad Federal. La familia realizó distintos tramites para averiguar el paradero de los dos hijos de la familia: primero realizaron una denuncia en la Comisaría Quinta, también hicieron Habeas Corpus, telegramas al presidente y a las autoridades eclesiásticas: sus padres se entrevistaron con el entonces Monseñor Graselli, conocido por su fichero de desaparecidos; allí buscó a los hermanos y ya no figuraban: “o había pasado lo peor o estarían colaborando”, remató Garín. “Que no tengan privilegios, porque nosotras no tuvimos ningun privilegio en todos estos años de ausencia” Fue a las siete de la mañana del 10 de Febrero de 1977. Ana Laura Mercader tenía dos años y medio cuando una patota de 20 personas llegó a su casa: “diez se fueron para el techo y diez ingresaron a la casa”, allí se encontraba su madre Anahí Silvia Fernández de Mercader, y su hermanita de 4 meses. Buscaban al padre, Mario Miguel Mercader, quien se había ido a trabajar una hora antes. Padre y madre tenían sólo 22 años. “Rompieron y tiraron todo”, relató la mujer, y contó que hasta la interrogaron a ella para averiguar el paradero de su padre. La patota decidió quedarse en la casa hasta que llegue el hombre y durante esas horas también mantuvieron de rehén a la chica de 17 años que las cuidaba. Al llegar el hombre, junto a un amigo, la madre Anahí pegó un grito de advertencia y este quiso escapar pero fue disparado en la pierna y secuestrado. Según “Mary” la chica que las cuidaba, en un momento llegó Ramón Camps quien decidió llevarse detenida también a su madre Anahí. “¿Y con las nenas que hacemos?”, preguntaron; “regálenlas”, remató Camps. “Nuestra vida cambió”, silencio de 5 segundos. “Cambió: dejamos de tener la vida que teníamos, y tuvimos otra vida, que no era la que nos correspondía, pero que era la vida que mejor nos podría haber tocado… después de la desaparición…” intentó explicar Ana Laura con un gran nudo en la garganta, y recordando cómo pasó su niñez. Ella, con sus dos años, y su hermanita bebé fueron criadas por sus abuelas. Elba Laera de Fernández, la madre de Anahí, y Nélida Meyer, la de Mario. Una se organizó en Madres de Plaza de Mayo; ambas presentaron Habeas Corpus, hicieron trámites en la Conadep, Ministerio del Interior, Arzobispado de Buenos Aires… y recorrieron muchísimos neuropsiquiátricos, “porque a una de mis abuelas, entre las falsas noticias que recibía de ellos, había una Monja que la llamaba por teléfono y que constantemente le decía que mi mamá estaba viva pero en un neuropsiquiátrico, y que cuando se recuperara iba a salir”. Y prosigue Ana Laura Mercader con una pausa y una claridad imposible para quienes nunca conocieron esta tremenda historia. Una de las abuelas, siendo nutricionista del Hospital Naval, tenía una paciente que era madre de un represor, se juntaron con este primeramente en un bar donde el hombre fue con su custodia secreta: “el tipo le cuenta que manejaba ciertas tarjetas, que una decía que Mario estaba muerto, y otra tarjeta que decía que Anahí estaba viva”, otro día le confesó que “transportaba gente secuestrada en aviones”, también le hizo un regalo por el día de la madre, y la invitó a ir al cine; eso no fue todo: más adelante le ofreció “que ella fuera a vivir con él a Chubut, y con la nena… evidentemente no registraba que las nenas eramos dos”, remarcó Ana Laura recordando las insólitas propuestas y declaraciones de este ex militar. A pesar de distintos rumores, y notas de diarios que decían que la pareja había sido asesinada, pudieron hablar con ex detenidos quienes les contaban que Anahí y Mario estaban vivos, que los habían visto en Arana y en Comisaría Quinta. Sin embargo, todas las gestiones que hicieron las dos abuelas fueron negativas, incluso Monseñor Plaza, en una entrevista por el tema, invitó a una de las señoras a pasar la noche con él. “Estos años fueron muy dificiles, la desaparición genera una incertidumbre insoportable, el hecho de no saber qué pasó genera muchos daños psicológicos… de chica me descompensaba porque tenía espasmos de sollozos, lloraba tanto hasta que me desmayaba; en el colegio algunos padres no querían que sus hijos se junten con nosotras”, contó Ana Laura sobre su dura infancia. En el 2009, “algunos meses después que nació mi hijo menor”, el Cuerpo de Antropología Forense reconoció y restituyó los restos de Anahí y de Mario, “no nos esperábamos esta noticia, fue muy fuerte… no podíamos con nuestra propia humanidad”, intentó describir Ana Laura. Ambos habían sido fusilados. Ese mismo año ambas abuelas fallecieron. “Los crímenes de lesa humanidad no prescriben, hasta que no aparezca el último de los desaparecidos, ellos seguirán cometiendo crímenes de lesa humanidad … Queremos que vayan a la cárcel, a prisiones comunes, sin privilegios, porque nosotros no tuvimos ningún privilegio durante todos estos años”. Depresión y psicósis hasta poder investigar sobre la desaparición de su hermana Después le llegó el turno a Mirta Graciela Gonzalez. Familia de la Provincia de Tierra del Fuego, su hermana Silvia se puso de novia con Juan Carlos Mora, en la misma ciudad de Río Grande, donde ellos militaban; Mirta no participaba, tenía 15 años en ese momento. Meses después del golpe de estado, la pareja decide casarse e irse a vivir a una pensión en La Plata. Silvia estaba terminando el secundario, tenía apenas 18 años; él había empezado a estudiar medicina; todos sus sueños se truncaron cuando durante ese mismo año fueron secuestrados y asesinados, luego de pasar por el “microcircuito platense” que componen la BILP, Arana y la Quinta. Existe la versión de que Mirta estuvo embarazada después de ingresar secuestrada a los distintos centros clandestinos. “Recién durante el 2003, con una feroz depresión y con síntomas de psicosis, pude venir a La Plata y comprometerme con la desaparición de mi hermana”, comenzó a desahogar Mirta; “fui reprimida por mis padres”, agregó en el sentido de que del tema de su hermana no se hablaba en la familia. Incluso agregó que “todos los trámites para buscarlos los hizo la familia Mora”. Dio sangre en el 2003, estando todavía con tratamiento psicológico “por no poder enfrentarme con mi madre”. Hasta que finalmente en el 2009 los restos de Silvia fueron restituidos por el EAAF, “la fusilaron en el 77, me dijeron”, acotó. Los cuerpos estaban en fosas clandestinas del Cementerio de Avellaneda, con cinco disparos. Cobertura realizada por el equipo de estudiantes de la facultad de Periodismo y Comunicación Social. Colectivo
de Trabajo Periodismo Cauce

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